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Daniel y Noel, un nacimiento histórico



Daniel y Noel nacieron en Can Misses la madrugada del pasado 20 de enero. Son los primeros niños nacidos en la sanidad pública balear tras un diagnóstico genético preimplantacional, es decir, cuando en una fecundación in vitro sólo se implantan embriones sanos para evitar enfermedades genéticas, proceso que comenzó en la consulta de Reproducción Asistida del hospital ibicenco y pasó por el mallorquín de Son Llàtzer

Daniel y Noel duermen. Uno de ellos, en la cuna. El otro, en brazos de su tía Marina, que mira al bebé con absoluto arrobo. En la penumbra del salón, sólo rota por los reflejos de la televisión, Daniel González Nieto, el padre, contempla la escena sentado junto a la cuna, de donde Noelia Castro Águila, la madre, saca al pequeño.

Daniel y Noel, nacidos hace ocho días son especiales. No sólo para sus padres, que han visto cumplido su sueño de formar una familia después de cuatro duros años de intentos frustrados. Daniel y Noel son los primeros niños nacidos en la sanidad pública balear tras una fecundación in vitro con diagnóstico genético preimplantacional. Es decir, una fecundación in vitro en la que sólo se implantan embriones sanos bien para evitar una enfermedad importante en los pequeños o porque los padres tienen una alteración de cromosomas que, al trasmitirlos al feto, hacen que el embarazo no se lleve a término.

Noelia, con Noel en los brazos, explica que este último era su caso. Tiene una traslocación de cromosomas, motivo por el que siempre abortaba. Sufrió hasta tres, explica mientras Marina, la tía, besa la cabecita de los pequeños, se cuelga la mochila al hombro y se marcha. Descubrieron esta alteración cuando, tras esos abortos, acudieron a la consulta de reproducción asistida del hospital Can Misses.

Eso fue hace dos años. En aquel momento, la sanidad pública no ofrecía la posibilidad de implantar sólo embriones sanos, así que recurrieron a una clínica privada. Fue en un centro de Valencia. Un proceso que les costó mucho dinero y que tampoco acabó con un bebé en casa. Noelia se quedó embarazada, pero lo perdió. “Ya no es por el dinero, que también, es por la sensación que se te queda. Le das muchas vueltas”, reflexiona la madre.

Seis meses después de ese momento, recibieron una llamada de Can Misses: “Nos dijeron que iban a comenzar con las fecundaciones in vitro con diagnóstico genético preimplantacional y que si queríamos”. Noelia bromea: “diagnóstico genético preimplantacional, me sale del tirón”. La pareja asegura que comenzó el proceso, con los tratamientos necesarios, “con la misma ilusión” con la que habían afrontado el anterior. De hecho, Noelia asegura que tenía ganas de empezar con todo de forma inmediata.

Implantación en Son Llàtzer

El primer intento no fue bien. Tras el tratamiento le extrajeron 32 óvulos, pero tras la in vitro no encontraron ningún embrión sano. La segunda vez, pudieron transferirle uno, proceso que se hizo en el hospital mallorquín de Son Llàtzer. A pesar de que le habían recomendado que no se hiciera ningún test de embarazo, ella, tras la implantación, asegura que se hizo “siete”. Todos ellos dieron positivo, lo que apuntaba a que el embrión había agarrado: “Me decían en broma que esos tests no estaban bien”. En mayo les confirmaron oficialmente que estaban embarazados. Con todo lo que habían pasado, confiesan, la ilusión iba acompañada de miedo. “Eso fue al principio», apuntan, mientras la madre de Daniel, Mari Carmen, entra, sigilosa, en el salón y coge a uno de los pequeños en brazos.

Las alarmas se le dispararon a Noelia unas semanas más tarde: “Manché un poco”. Llamó a Ginecología y le hicieron una ecografía. Fue entonces cuando descubrieron no sólo que el embarazo, a pesar del susto de Noelia, iba perfectamente, sino que la alegría era doble: estaban esperando gemelos. “Durante la ecografía vio algo que no esperaba. Pasaba el ecógrafo ahora a un lado, ahora a otro. Yo lo entendí enseguida, pero a Daniel le costó un poco”, recuerda la madre, que explica lo “excepcional” que fue que una vez implantado el embrión se dividiera en dos.

“Yo no me lo podía creer. Pensaba que era una broma”. La que habla es Mari Carmen, que recuerda que, incluso, pidió a su hija que dejara de engañarla. “Todos los médicos se quedaron anonadados”, continúa Noelia, colocándole bien al pequeño las manoplas que llevan para que no se arañen la carita. Aunque estaban encantados con la noticia, reconocen que fue “un choque”. Tuvieron que comprar todo por partida doble. Pero estaban encantados: “Queríamos tener más de uno, con todo lo que ha costado y todo lo que hemos pasado, ya tenemos dos”. Daniel reconoce lo duro que sería volver a comenzar todo el proceso, a pesar de que aún son jóvenes (tienen 27 años).

Susto a las 17 semanas

El susto más importante, sin embargo, estaba aún por venir. A las 17 semanas de embarazo, en una revisión habitual con la doctora Pastor, descubrieron que sufría síndrome de transfusión feto fetal. Esto puede ocurrir cuando, en un embarazo múltiple, los dos fetos comparten placenta (gestaciones monocoriales), se juntan los vasos sanguíneos de los dos y uno de los fetos bombea sangre al otro, lo que genera complicaciones. Noelia y Daniel tuvieron que viajar a Barcelona para la intervención. “Había un 60% de posibilidades de que sobrevivieran. Además, nos dijeron que si uno moría, lo haría también el otro”, detalla, seria. Tras la operación tuvo que permanecer 24 horas en reposo. Pendiente de la reacción de los niños –”mis monos”, los llama, cariñosamente–, a los que, en esa angustiosa espera, intenta sentir: “A ratos los notaba, a ratos no”. Pasadas esas 24 horas, cuando comprobaron que los dos estaban bien, que habían salido adelante y que el problema estaba solucionado, lloraron. De alegría. A los dos se les van los ojos a los pequeños.

La recta final

Después de la operación, a Noelia le recomendaron reposo prácticamente absoluto. A partir de la semana 17 su vida se concentró en su casa, en su embarazo, en ver la televisión, recibir visitas que le hacían la espera más llevadera y leer muchas revistas de bebés: “No podía pasar el polvo, no podía barrer y no podía ir a hacer la compra. Como mucho, una vuelta a la manzana y comprar el pan”. “Le dijeron que ni la cola del supermercado”, apunta Daniel. A pesar de eso, aseguran que el embarazo fue bueno: “Nunca me sentí mal, ni tuve náuseas”. La madre se lo tomó con filosofía: “Nos ha pasado todo lo que podía pasar. Pero bueno, con las piedras del camino construiremos un castillo”.

En ese momento, ya les dijeron que, seguramente, los niños serían prematuros y nacerían entre las 34 y las 36 semanas: “En mi última revisión, ya dije que no iba a llegar al 20 de enero”. Y así fue. El 17 de enero se puso de parto. Se lo frenaron y le administraron un medicamento para que maduraran los pulmones de los pequeños. Necesitaban posponer el parto al menos 48 horas para que hiciera efecto. El 20 de enero, a las diez de la mañana, le provocaron el parto. Fue una dilatación difícil, pero al final no hizo falta cesárea. Entre los nervios y el miedo, Noelia recuerda que, incluso, rió en más de una ocasión durante el alumbramiento, en el que la asistieron Pilar, Ainhoa, Ana, Loreto y Sonia.

Más de 17 horas después, a las 3.25 de las madrugada, nació Daniel, que, tras comprobar que estaba bien, enseguida entregaron al padre. Noelia recuerda: “Me lo enseñaron un poco, así por encima, antes de seguir”. 23 minutos después, nacía Noel. Y esta vez sí. Se lo pusieron sobre su pecho unos minutos. Con todo lo que habían sufrido para llegar a ese momento, su primera preocupación fue saber si estaban bien. “Estaban perfectos. no necesitaron oxígeno ni incubadora. Nada. Y en tres días, todos en casa”, indica la madre. Los bebés, que pesaron 2,1 kilos cada uno, son “muy buenos”, según explica la pareja. Comen bien y duermen mucho. De momento, comparten cuna, aunque cuando se despiertan en mitad de la noche a veces Noelia y Daniel se los llevan a su cama. “Estamos más calentitos”, comenta la madre, a la que se le nota que es más por amor que por calor por lo que les gusta el colecho.

Los primeros “de todo”

En la familia todos están ya enamorados de los pequeños. “Son los primeros hijos, los primeros sobrinos, los primeros nietos y los primeros bisnietos, los primeros de todo, así que imagina”, comenta Mari Carmen, que, viéndolos con los niños en brazos, no puede evitar recordar cuando Daniel y Noelia comenzaron su historia, con tan sólo 13 años. “Yo era de ses Païsses”, apunta Daniel. “Y yo de Sant Antoni”, comenta Noelia, que añade, entre risas: “Nos conocimos en unos recreativos. Él quería un kebab, pero se me llevó a mí”.

Ella no descarta ir a por el tercero. Él no lo tiene tan claro. Han sido cuatro años muy duros. Con ilusiones y decepciones. Con muchos tratamientos y muchas hormonas. Todo ello, sin embargo, se les olvida cuando miran a los pequeños. “Se parecen a mí”, comenta Daniel. “Eso dice la gente”, concluye Noelia.