La mitad de los niños nacen en parejas que no están casadas.
No hace mucho que Paula y Joaquín se fueron a vivir juntos. No es su primera convivencia en pareja ni tampoco tienen en mente casarse. En su nueva casa hay dos habitaciones: la que usarán ellos y otra en la que jugarán y dormirán sus hijos. Sus hijos que no son sus hijos en común, sino los que cada uno tuvo con su anterior pareja. Paula llevaba un tiempo separada, Joaquín decidió dejar a su pareja para embarcarse de lleno en su nueva relación. “Es raro porque cuando tienes un hijo tus decisiones tienen otra trascendencia, ya no estás tú solo. Pero apostamos por esto y ahora somos una especie de nueva familia aunque los niños tienen a su padre y a su madre biológica y también convivirán con ellos, no sabría bien cómo llamarlo”, duda Joaquín.
La suya es una de las llamadas “familias reconstituidas”, un término rimbombante que alude a la “gente que se ha separado o divorciado que se vuelve a unir y que tienen hijos de relaciones anteriores”, explica la profesora de antropología social de la Universidad Complutense de Madrid Ana María Rivas. Un fenómeno cada vez más común y que muestra hasta qué punto ha cambiado el relato familiar y afectivo de la sociedad: la historia de que un hombre y una mujer se casan, tienen sexo, nacen los hijos y forman una familia para siempre ya no sirve para explicar lo que pasa en los hogares.
“La familia tradicional, entendida como una unión conyugal heterosexual nuclear y biparental no ha desaparecido, sigue siendo el modelo de referencia, pero convive cada vez más con muchas otras fórmulas que se van normalizando. La diversidad es cada vez más normal y tiene más reconocimiento social”, apunta Rivas. En España, por ejemplo, prácticamente la mitad de los niños nacen ya de parejas que no están casadas, casi dos millones de hogares son monomarentales o monoparentales, es decir, un adulto solo convive con sus hijos, y cada año nacen más de 30.000 criaturas por técnicas de reproducción asistida.
Esas técnicas son las que permitirán a María ser madre. No tiene pareja estable o sí la tiene, ni siquiera se atreve a definirlo. Pero, más allá del hombre con el que mantiene una relación de idas y venidas, hay una cosa que tiene clara: quiere ser madre. Con 37 años y una menopausia precoz que le acecha ya ha congelado sus óvulos en una clínica privada a razón de 4.500 euros.
“Es algo que me gustaría hacer con pareja, siempre lo he imaginado así. Por la parte romántica y por la parte práctica, me parece algo maravilloso pero también una gran responsabilidad que prefiero compartir y que me apetece vivir con alguien”, explica. Fallo ovárico precoz, recuento de folículos, hormona antimulleriana. María maneja con soltura los términos que le están forzando a tomar una decisión: “Con o sin pareja lo intentaré”. Eso sí, en la sanidad privada para evitar esperas y sortear requisitos y con la ayuda económica de su familia.
De la Ley del Divorcio al semen por Internet
Las leyes del divorcio de 1981 y 2005, el matrimonio homosexual y el derecho a la adopción, los avances en reproducción asistida, el reconocimiento de las parejas de hecho, el acceso de las mujeres a la independencia económica, la equiparación en derechos de los hijos dentro y fuera del matrimonio… Los hitos que han favorecido esta explosión de nuevas formas de afrontar las relaciones y las familias se han sucedido en los últimos treinta años. “La familia ya no es el sujeto principal, ahora es el resultado de aquello que pactan los individuos, que además puede ir cambiando. Esos pactos van adoptando una enorme variedad de formas”, dice la catedrática de sociología de la Universidad Carlos III de Madrid Constanza Tobío, que recuerda que en España el proceso ha sido especialmente acelerado porque hasta los años 80 “pasó poco”.
Lo primero que el padre de Carmen le soltó cuando le contó que le gustaban las mujeres fue un estereotipo del pasado. “Ah, entonces me olvido de ser abuelo”, masculló. Estaba lejos de la realidad. “Para mí no era nada extravagante pensar en ser madre, desde niña quería serlo. Cuando conocí a Silvia ella estaba planteándose la maternidad y ese proyecto de vida me atrajo”, cuenta Carmen. Ahora, las dos buscan su primer bebé.
Cansadas del largo proceso de la sanidad pública y de la sucesión de pruebas médicas y protocolos “frustrantes”, decidieron probar un método casero: compraron semen por Internet a una empresa danesa por 650 euros. “Nos parecía una idea bonita que implicaba tanto a mi pareja como a mí y que nos permitía hacerlo en casa, en la intimidad, con un orgasmo”, relata Carmen. El embarazo no llegó y sus nombres siguen en la lista de espera de la pública. Eso sí, es probable que hagan otro intento casero. La adopción también está sobre la mesa. El tiempo dirá de qué forma llega su criatura.
Nuevas normas para nuevas familias
El matrimonio no es importante para Sonia y Jorge. Nueve años de relación y dos hijos después, siguen sin papeles que certifiquen su unión salvo el libro de familia. “No hemos tenido necesidad de hacerlo, de buscar un reconocimiento público de nuestra relación”, señala Jorge, que asegura estar rodeado de casos como el suyo. Ahora, sin embargo, se plantean inscribirse en el registro de parejas de hecho de su comunidad, más por seguridad que por convicción. “Hasta ahora donde trabajamos no nos han exigido papeles si a alguno le pasaba algo o queríamos acompañar al otro al médico, pero tengo amigos a los que sí les ha pasado. Estamos, además, pensando en inscribirnos por si a alguno de los dos le pasa algo tener más seguridad”, explica.
El relato de Jorge da con una de las claves que rodean esta transformación social. La sociedad cambia, pero ¿lo hacen las normas al mismo ritmo? “La estructura no está reaccionando de la misma manera a los cambios personales”, responde Constanza Tobío. Las prestaciones sociales, los permisos o las pensiones aún siguen pensados para una familia tradicional de dos miembros que conviven.
Incluso el propio concepto de maternidad y paternidad, aún muy ligado a la biología, no casa con una sociedad donde muchas personas ejercen como padres sin tener lazos de sangre. “A veces las prácticas de la gente y el ordenamiento jurídico van por separado. Ese ordenamiento está aún muy impregnado de un modelo de la familia biogenético”, explica Ana María Rivas. ¿Qué pensiones de viudedad necesita una sociedad donde las mujeres ya tienen sus propios empleos y las parejas cambian a lo largo de la vida?, ¿quién debe tener derecho a permiso para cuidar de un menor cuando las familias reconstituidas son ya una realidad?, ¿qué medidas de conciliación hay que plantear para que en las familias monoparentales se pueda trabajar y cuidar?
La profesora Ana María Rivas subraya que otros países donde la diversidad está más avanzada ya cuentan con cambios estructurales que responden a los nuevos modelos de relaciones y familias. Es el caso de las bajas y permisos en Suecia. En Canadá o Francia, por ejemplo, debaten el concepto de “autoridad parental”: las personas que conviven con los hijos de sus parejas y que, de facto, ejercen como padres y madres también tendrían derecho a coger un permiso para cuidar de esos menores y a participar en la toma de decisiones que les afecten. Rivas lo tiene claro: “Las situaciones son cada vez más diversas y las normas tendrán que ir adaptándose”.
La reproducción asistida, entre el tabú y la normalidad
El perfil más convencional de esta historia lo ponen Julia y Alberto: tres años después de comenzar su relación se casaron por lo civil y se olvidaron de los anticonceptivos. “No estábamos pendientes de nada, de los días que ovulaba y esas cosas”, cuenta Julia. Los meses pasaron sin novedades y comenzaron a impacientarse: empezaron entonces a mirar el calendario, a utilizar test de ovulación, a hacerse los primeros análisis.
Dos años después tienen un diagnóstico –infertilidad de origen desconocido–, que no ha impedido que Julia esté embarazada. La inseminación artificial en una clínica privada, por la que han pagado unos 3.400 euros, ha conseguido que estén esperando su primer hijo. Aunque saben que su proceso es cada vez más frecuente ni siquiera su familia sabe que el embarazo es fruto de un tratamiento de reproducción asistida.
“Hay gente que habla de esto de forma muy natural, pero también hay mucho postureo, gente que te dice todo el rato que todo le ha ido fenomenal y que te hacen sentir rara. Es mentira porque las propias estadísticas dicen que hay muchísimas parejas con problemas para concebir, pero sentimos que aún hay tabú”, cuenta ella. Tanto Julia como Alberto son conscientes de que la llegada de su hijo será posible gracias a unas técnicas con las que sus abuelos ni siquiera soñaban. “Y lo volveremos a intentar porque queremos dos hijos. Esto no nos ha quitado las ganas”.