Eva M. Deiros es la autora de Nadie dijo que fuera fácil (diario de una infértil). Ella sabía que tener hijos no iba a ser fácil; al menos no tan fácil como parece para la mayoría de las parejas. La regla le bajó muy tarde y desde bien jovencita tenía diagnosticado Síndrome del Ovario Poliquístico (SOP). Como consecuencia de esta patología, Eva sufría desequilibrios hormonales, su ovulación era muy irregular y su menstruación aparecía cuando quería. “No obstante, en ningún momento nadie me dijo que tendría que recurrir a la reproducción asistida”, rememora.
Por ese motivo, cuando en agosto de 2013 le plantearon que la reproducción asistida era su única opción de lograr un embarazo tras muchos meses intentándolo el mundo se le vino encima. “En cuanto llegué a casa cometí el error de buscar en Google y lloré amargamente porque al ver los porcentajes de éxito, las estadísticas… fui plenamente consciente, por primera vez, de que mi sueño a lo peor no podía ser. Hasta ese momento estaba convencida de que con un poco de ayuda lograría ser madre, pero en ese instante leí negro sobre blanco que hay gente que no lo logra”, relata.
A partir de ese momento, y animada por el hecho de que su reserva ovárica era muy alta, Eva se sumergió en una vorágine de pruebas, analíticas y ciclos de reproducción asistida de manera ininterrumpida. Es más, se trató en paralelo en la Seguridad Social y en una clínica privada, donde le sugirieron ir afecundación in vitro directamente, dado el fracaso de los intentos anteriores, basados en Omifin (un estimulador de la ovulación), relaciones sexuales programadas y cuatro inseminaciones artificiales, en una de las cuales tuvo un aborto.
“Enloquecí un poco”, admite Eva. “Perder un mes después de tantos fracasos me parecía una barbaridad. Tenía la sensación de que el tiempo volaba y de que los días que pasaban eran trenes que perdía. Por eso recurrí a todo lo que tenía a mi alcance”.
Aunque en la clínica de Barcelona tuvo la suerte de encontrar un equipo humano que “me hizo sentir querida y arropada”, Eva no pudo evitar llegar a fecundación in vitro “destrozada física y anímicamente. Solo quien lo pasa es consciente de lo que machacan 12 pinchazos por ciclo y 14 betaesperas, un periodo [el que transcurre entre el último paso del ciclo de reproducción asistida y la realización de la prueba de embarazo para ver si da positivo] que se hace especialmente duro”.
Después de tres años de ardua búsqueda y de lidiar con la angustia, Eva se quedó embarazada de dos preciosos mellizos (niño y niña) que han hecho que el camino haya merecido la pena.
Pero, al contrario de lo que sucede con otros pacientes que han necesitado recurrir a la reproducción asistida para tener hijos, Eva no hizo suyo el mantra “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado”. Todo lo contrario. Eva ha reconvertido toda esa experiencia y la ha incorporado a su vida diaria. Ha escrito un libro al respecto de su infertilidad, otro sobre lactancia y ha incorporado a su trabajo (es abogada experta en nuevas tecnologías), la especialización en legislación y normativa referente a reproducción asistida.
El germen del libro Nadie dijo que fuera fácil (Diario de una infértil) fue un blog que le abrió su marido cuando llevaban un año en tratamiento. “No he querido editar mucho esta parte porque era un desahogo personal que creo que refleja la esencia de lo que es tu vida en reproducción asistida”, explica Eva que refiere cómo todo acaba girando en torno a este proceso.
“Todos te dicen que trates de desconectar, pero es imposible. Las relaciones sexuales acaban por ser una obligación que no asocias al placer, al amor o a la pareja, sino al objetivo de conseguir el embarazo. La vida social se restringe porque no puedes hacer ciertos planes. Hay que programar cada pinchazo, visitar la clínica cada pocos días, hacerte pruebas… sientes que tu vida se para mientras la de tu entorno avanza y marca una diferencia muy clara en cuanto a ocio, viajes, círculo de amigos, dinero…”, resume Eva sin rastro de reproche.
El libro, que finaliza con el alumbramiento de los pequeños, está siendo muy útil para otras mujeres que están pasando por lo mismo. “Hay momentos en que todo lo ves oscuro, te sientes culpable por no alcanzar eso que para otros resulta tan sencillo y te angustias mucho por si a pesar de todo no consigues tener a tu hijo”.
También está pensado para las parejas de las pacientes. “A nosotros, el proceso nos ha hecho mucho más fuertes como pareja, pero hay algunas que no lo superan. Mi marido siempre ha estado ahí ayudándome a levantarme en los peores momentos, pero es un proceso que a nivel emocional desgasta mucho a ambos”.
Finalmente, algunos especialistas del entorno de Eva que han leído el libro, consideran que es una herramienta muy válida para desarrollar algo fundamental en Medicina en general y en reproducción asistida en particular: la empatía con el paciente. “Yo no tengo queja ninguna en ese sentido porque me han tratado de fábula en todo momento, pero lamentablemente no siempre ocurre de esta manera”, relata Eva.
Gracias a libros como este, buena parte de la sociedad puede aprender que la infertilidad es una enfermedad que no está relacionada ni con la hombría, ni con la virilidad, ni con la femineidad ni con el instinto maternal. No eres ni menos hombre ni menos mujer por ser infértil y la infertilidad no es un estigma de la naturaleza que te invalida como padre o madre.
Nadie pasa por el proceso de reproducción asistida por capricho. Está demostrado que el diagnóstico de la infertilidad acarrea un nivel de estrés, angustia y estados depresivos similares a los que provoca el cáncer o la patología cardiaca grave. Además, los pacientes con problemas de fertilidad presentan un deterioro considerable de su calidad de vida, según ha podido acreditar nuestra psicóloga, Vicenta Giménez, en varios trabajos. Finalmente, se trata de un proceso casi siempre largo, muy complejo y con un coste económico considerable.
Por este motivo, no hay que banalizarla con actitudes y comentarios del tipo: “Tener hijos no es tan importante; tú lo que tienes que hacer es relajarte; yo me quedé a la primera; peor es una enfermedad, etcétera”. Aunque se hagan de manera inconsciente o con intención de ayudar, minan el ánimo de las personas que están en reproducción asistida.
Para acabar nuestra interesante conversación, le preguntamos a Eva qué es lo que debemos mejorar los especialistas que nos dedicamos a la reproducción asistida.
“Yo no tengo queja alguna porque siempre he sentido al equipo médico muy cercano y preocupado por mí. Gestos como que te llamen por tu nombre o que te cojan la mano en algunas pruebas te reconforta como no imaginas. Por eso me atrevo a pedir a los profesionales que cuiden esos detalles y que no traten a los pacientes como clientes. Sabemos que esto tiene un alto coste y estamos dispuestos a pagarlo, pero no queremos sentirnos como mercancía. A los centros me gustaría aconsejarles que, por ejemplo, no junten a pacientes infértiles con mujeres embarazadas en la misma sala de espera, que no llenen la clínica de fotos de bebés… porque cuando estás en esa situación y piensas que igual no lo conseguirás, todo se te viene abajo”, comenta Eva.