Suena la campana. Eneko y Leire acaban de sucumbir al sexto asalto de su particular combate y, aunque en esta pelea no hay jueces para elegir al ganador, ellos ya saben que no han salido victoriosos. Han recibido un nuevo golpe, pero empiezan a estar acostumbrados a levantarse del ring en que se ha convertido su vida. Resisten por un sólo motivo: quieren ser padres. La pareja, que prefiere permanecer en el anonimato, confía a pies juntillas en los milagros de la ciencia aunque, después de cuatro inseminaciones artificiales y dos fecundaciones in vitro fallidas en los dos últimos años, se les nota francamente alicaídos. Ella es la que tira del carro, la que siempre intenta sonreír y darse otra oportunidad. Él también aguanta esta maldita jugada del destino, pero lo lleva peor. «Empezamos a estar agotados emocionalmente», se sinceran estos oiartzuarras que han peregrinado de la sanidad pública a la privada para intentar lograr lo que la naturaleza por ahora les niega. Su testimonio lo hicieron llegar a este periódico a través de una carta en la que daban voz al sentimiento de muchas otras personas que batallan en sus mismas filas. Frustración, impotencia, enfado, tristeza y ahora obsesión son sólo algunas de las palabras que ellos mencionan para intentar describir sus últimos tres años de convivencia, su lucha por ser padres. Se calcula que dos de cada diez parejas en edad fértil de Gipuzkoa recurren a técnicas de reproducción asistida para intentar tener hijos, un dato que ilustra el auge de la utilización de estos métodos así como la creciente incidencia de la esterilidad. El servicio de Osakidetza, centralizado en el Hospital de Cruces, atendió el año pasado 20.000 citas, el doble que hace una década. El número de ciclos (inseminaciones artificiales y fecundaciones in vitro) creció un 10% respecto a 2008, aunque no lo suficiente para acortar las distancias cada vez más grandes entre una oferta sanitaria ajustada y una demanda creciente. Los desplazamientos hasta Vizcaya y, sobre todo, las listas de espera de casi un año para iniciar un tratamiento in vitro no benefician a quienes ya tienen el reloj biológico en su contra. La consecuencia directa es que las clínicas privadas han visto incrementar un 25% su número de clientes entre 2002 y 2003, según un estudio del Comité Internacional para la Supervisión de la Reproducción Asistida. Eneko y Leire forman parte de estos ‘exiliados’ forzosos y exponen precisamente su historia confiados en que se tome conciencia del drama de su travesía personal y se mejore el servicio público. Su principal demanda es que se agilice el sistema de acceso a los tratamientos y que, ante todo, se cuiden esos pequeños detalles «que no cuestan dinero», pero que sí redundarían en una mejor atención al paciente, sobre todo en circunstancias emocionales tan delicadas como las de estas parejas, que pasan de la euforia total al más profundo desánimo cuando fracasa el tratamiento. Una frase resume sus lamentos: «Nos hemos sentido como un número, uno más de la lista de espera, no como personas», se queja esta pareja que guarda todos los detalles de lo que fue el inicio de su combate. Su primera consulta en Osakide-tza la tuvieron en 2008, dos años después de haber pasado por una clínica privada «para avanzar tiempo» con las pruebas iniciales de fertilidad. Ninguno de los dos es estéril, sólo que su calidad ovárica y seminal es «más baja de lo normal». Saben que pueden tener hijos, pero el embarazo no llega. Las cuatro inseminaciones artificiales se sucedieron entre octubre y enero del año pasado, cuando decidieron «parar por agotamiento emocional». A la dureza del tratamiento se unió «la frialdad» del servicio, lo que acabó por minar su ánimo. «Cuando llegamos a la consulta nos encontramos con un enorme cartel en el que se leía ‘Esterilidad’ al fondo del pasillo de ginecología y obstetricia, lleno de mujeres embarazadas. Nos sentimos como un bicho raro, señalados», se confiesa Leire. Eneko dice que aquel primer contacto no fue lo peor de todo. «Hay cosas que no se entienden. Para la extracción del semen te dan un bote y te mandan a un baño que está en un pasillo también abarrotado. Puede que alguien empiece a golpearte la puerta porque tardas demasiado. La intimidad es cero y te sientes fatal».
Dos tercios repiten consulta Este cóctel de infortunios terminó por superarles y, cuando tuvieron que probar con la fecundación in vitro, decidieron quedarse en Donostia, en una clínica privada, con la que están más satisfechos. «Como muchas otras parejas, hemos acudido a la red privada por desamparo de la sanidad pública, con el coste económico que conlleva y que deberían sufragar las arcas públicas. Alguien tiene que decirlo, porque todo el mundo se calla. El hecho de no poder tener hijos sigue siendo un estigma. Si todos protestáramos, seguro que obtendríamos una respuesta mejor», se quejan. Roberto Matorras, responsable de la unidad de reproducción asistida del Hospital de Cruces, no niega los problemas en un servicio que «se presta de la mejor forma posible con los recursos que tiene», pero prefiere no dar datos de la lista de espera. Sí precisa que «manejarla ágilmente es muy difícil», especialmente porque dos tercios de los pacientes tienen que volver a la consulta para repetir el tratamiento. Las limitaciones intrínsecas de la unidad se entienden algo mejor con los datos que proporciona el ginecólogo. «La edad media de las mujeres que acuden a la consulta ha aumentado ocho meses en los últimos cinco años, un dato que por sí solo no parece tener relevancia, pero que sí influye, y mucho, en un servicio con miles de pacientes». El servicio, de hecho, aumentó un 10% el número de ciclos realizados el año pasado y «ni aún así» lograron reducir la espera de las parejas. «El mayor problema que hay es que se recurre a las técnicas de reproducción muy tarde», interviene Miren Mandiola, responsable del laboratorio de reproducción asistida de la Clínica Quirón. «Nos acordamos de la maternidad demasiado tarde -prosigue esta doctora, que habla con la misma claridad que acostumbra a utilizar con las parejas que acuden a consulta con la esperanza ciega de lograr tener un hijo. Nos tenemos que concienciar de que, queramos o no, nuestra edad biológica marca la reproducción. Esa tiene que ser la verdadera batalla, que las madres sean jóvenes y no tan añosas». Un repaso a las estadísticas oficiales corrobora la tesis de Mandiola. La maternidad cada vez más tardía es uno de los signos demográficos más relevantes de los últimos años. Las guipuzcoanas tienen su primer hijo con 31-32 años de media, según datos del Eustat. A inicios de la década de los 80, se convertían en madres con 28,6 años. Ese retraso se refleja también en las consultas de reproducción asistida, donde la media de edad de las pacientes ha ido escalando hasta los 37 años, tanto en Osakidetza como en la Clínica Quirón. En este contexto, Mandiola considera necesario ser más realistas que nunca para no alimentar falsas esperanzas a las parejas, «muchas de las cuales siguen pensando que lograr un embarazo es muy fácil». «Aquí no engañamos a nadie -insiste la doctora-. Les decimos lo que hay, qué probabilidades van a tener de éxito con el tratamiento y cuándo no es recomendable iniciar un ciclo». La tasa de éxito oscila entre el 20 y 28% en el caso de las inseminaciones con semen conyugal (28-30% para las que se hacen con semen de donante). El éxito de las fecundaciones in vitro es algo mayor, 35%, mientras que los tratamientos que se hacen con ovocitos de una donante (más jóvenes y por lo tanto con más probabilidades de «anidar» en el útero) acaban en un 50-60% de los casos en embarazo. «Estamos hablando siempre de medias. Hay que tener en cuenta que la tasa de éxito aumenta en mujeres más jóvenes y baja en mayores», apunta Mandiola. Osakidetza, de hecho, limita a los 40 años la edad de las mujeres a las que garantiza los tratamientos. Según explica el doctor Matorras, del Hospital de Cruces, a partir de esa edad se reduce la capacidad reproductiva de forma muy importante, por la pérdida de calidad de los ovocitos y la capacidad del útero para llevar adelante un embarazo. Las mujeres que superan esa edad no tienen otro remedio que acudir a los centros privados, donde se ofrecen estos servicios hasta los 50 años, un límite no escrito, pero que la mayoría de clínicas respeta por razones sociológicas y de salud.
«No lo olvidas nunca» Todos esos números y cálculos de probabilidades estuvieron durante mucho tiempo en la mente de Isabel Corbacho y Unai Ocerin, hoy padres orgullosos de Odei e Ibai. Sus mellizos nacieron hace tres años después de someterse a un tratamiento de inseminación artificial en la sanidad pública. Se consideran unos afortunados, aunque no por ello dieron por ganada su batalla. «Cuando terminé el primer tratamiento me dije que esto era demasiado duro, que una y no más, y nos quedamos embarazados. Pero la dureza de aquellos meses no la olvidas nunca. Aquella experiencia nos fortaleció como pareja y ahora como familia», resume Isabel. Como luchadora incansable que es, quiso brindar su apoyo a otras parejas que estaban pasando por la misma experiencia. Fundó junto a otras madres la asociación de pacientes de reproducción asistida de Euskadi (Aprae), que ahora echa la persiana ante la falta de apoyos recibidos y el desgaste personal de quienes compaginan su faceta familiar y laboral con otra totalmente desinteresada. «Los padres necesitamos muchísimo apoyo porque sigue habiendo mucho desconocimiento y mucho sufrimiento. Tener un hijo es un deseo pero a veces no ves otra cosa en la vida y se convierte en una obsesión que puede tener consecuencias nefastas», revela.
LOS DATOS
40 años es la edad a partir de la cual el éxito de los tratamientos cae en picado y el límite en Osakidetza para someterse a un tratamiento de fertilidad.
20.000 consultas atendió el año pasado la unidad de reproducción asistida del Hospital de Cruces, el doble que hace diez años.
39% de los ciclos iniciados terminaron en un embarazo. El fracaso de los tratamientos es menor en mujeres jóvenes y empieza a aumentar a partir de los 35 años.
La media de edad de las mujeres que recurren a la reproducción asistida es de 37 años «Nos tenemos que concienciar de ser madres jóvenes. Esa tiene que ser la batalla»