Es un dato irrefutable que, en la mujer, edad y fertilidad son parámetros inversamente proporcionales una vez llegada la edad crítica de los 35 años, momento a partir del cual la probabilidad de consolidar una gestación se diluye a menos de un 15%, con ulterior reducción por debajo del 10 cumplidos los 40 años. Dicha circunstancia ha incrementado ostensiblemente el recurso a los métodos de reproducción asistida.
Un año de ausencia del efecto deseado en los intentos de concebir una gestación normal es el plazo marcado por los especialistas para investigar los posibles factores fisiológicos o patológicos que permitan adjudicar la condición de infértil a algún miembro de la pareja. En el caso de tratarse de personas que superen los 40 años, es aconsejable iniciar el testaje médico para la detección de una posible infertilidad transcurrido solo un semestre. Las pruebas de fertilidad femenina deben incluir un estudio de la función ovulatoria y una evaluación anatómica de trompas de Falopio, cérvix y cuerpo del útero, mientras que en el caso del hombre se procede al correspondiente espermiograma y análisis completo del semen.
Una mujer nace con alrededor de 400.000 óvulos inmaduros cuya capacitación para ser fecundados comienza con la llegada de la pubertad, punto de arranque de su etapa fértil. Aunque tal colección de gametos supera con creces la cantidad necesaria para cubrir la demanda a lo largo de su vida, es un hecho que la calidad biológica de los mismos languidece con la edad y ello penaliza la fertilidad de la mujer, ya que el riesgo de sufrir abortos espontáneos se dispara por la menor viabilidad de su capital reproductivo. Entre otras posibles causas de ese deterioro progresivo destacan determinadas alteraciones genéticas como la aneuploidía, consistente en la disminución o el aumento del número de cromosomas del óvulo.
Pudiera pensarse que esta evolución negativa de la fertilidad fuese susceptible de contrarrestar mediante un refuerzo de la salud. Nada más lejos de la realidad, puesto que ninguno de los parámetros manejables para incrementarla, como la alimentación o los hábitos de vida saludables, inciden en un aspecto de la fisiología femenina cuyo curso es ajeno a cuestiones hormonales o degenerativas.
LA INFERTILIDAD MASCULINA
En lo que a la parcela masculina atañe, su declive reproductor guarda diferente patrón, puesto que, existiendo también una merma de fertilidad vinculada a la edad, este fenómeno se demora en el tiempo y su intensidad es menor. La base de su presentación es equivalente al caso de la mujer, tratándose de una pérdida de poder fecundante de los espermatozoides que no alcanza la categoría de relevante hasta los 60 años. El envejecimiento del hombre lleva asociado reblandecimiento del tejido testicular y reducción de su volumen, paralelamente a un sensible déficit en la motilidad de los gametos que además presentan riesgos apreciables de ciertos defectos genéticos que los hacen inviables.
LAS DIFERENTES TECNICAS APLICABLES
El abanico es suficientemente amplio como para adecuar la técnica adoptada a la idiosincrasia de la persona afectada. Como técnicas consideradas de baja complejidad se conocen las inseminaciones artificial e intrauterina y la estimulación ovárica, todas ellas indicadas en defectos relacionados con el volumen de semen por eyaculado, la motilidad espermática, el espesor del flujo cervical, determinadas lesiones del tracto genital o disfunciones en la generación de óvulos. Y entre las llamadas de alta complejidad se encuentran la fecundación in vitro o la inyección intracitoplasmática de espermatozoides, que tienen su cabida cuando la infertilidad deriva de la calidad espermática, la endometriosis (degeneración de la mucosa uterina) o la salpingitis (lesión en trompas de Falopio).
Cabe decir que se registra un significativo porcentaje de éxito con las técnicas de reproducción asistida, pues se estima que se logran gestaciones viables al primer intento en más de un 25% de las parejas menores de 40 años.
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