Llegué a esta vorágine de la #infertilidad con 37 años. Mi marido y yo teníamos problemas en nuestras relaciones sexuales antes de casarnos, en concreto él era incapaz de eyacular, pero nunca nos causó problemas en nuestra vida como pareja hasta el momento en que quisimos ser padres y evidentemente iba a ser imposible. Él ya había visitado médicos que no habían sido capaces de solucionar el problema.
De repente tenía 37 años y me di cuenta que de forma natural iba a ser imposible quedarme embarazada.
Comenzaron las pruebas en la Seguridad Social y el resultado no tardó: ovario poliquístico e hipotiroidismos, según me dijeron nada grave que impidiera el embarazo (nunca conté la verdad sobre nuestra situación sexual). Empezamos con las Inseminaciones Artificiales (IA) a los 37-38 años. En aquel entonces yo pensaba que tendría que ser a la primera porque realmente nuestro problema no era de infertilidad. Pero no fue así. Tres inseminaciones artificiales negativas y me derivan a un hospital público para someterme a mi primera Fecundación In Vitro (FIV). Aquello duró un año entero de espera interminable en el que cumplo las normas escrupulosamente para que me realicen los dos intentos que me contaron.
Consiguieron 12 ovocitos y fecundaron ocho preciosísimos, según las palabras de la doctora. Lista para ponerme dos de ellos. Mi compañera de habitación de 28 años solo consigue dos regularcillos. Curiosamente mi beta fue negativa y la suya positiva.
Lo peor fue el día que volví a consulta pensando en que me programarían mi segundo ciclo y me dicen que por mi edad (39 años) ya no pueden hacer nada por mí, ya que al tener que esperar un año más tendría los 40 años (fecha tope en la Seguridad Social para ser madre por #reproducción asistida), lo que además supuso la no congelación de los seis embriones restantes.
Se nos hundió el mundo. Recuerdo al salir de la consulta ver a otra pareja, con la que habíamos coincidido en la sala de espera alguna vez, dar saltos de alegría por su positivo. Mis emociones eran de quererme morir en aquel mismo instante.
Después de aquello empezó la aventura en una clínica privada madrileña. Tres ciclos, uno con mis óvulos y esta vez con hiperestimulación. El resultado nada halagüeño porque solo dos eran válidos y claro, la beta fue negativa. Lo que continuó fueron dos ciclos con donante.Todas las Betas negativas. A estas alturas ya llevamos gastados más de 22.000 euros que proceden de préstamos personales. La experiencia en esta clínica española fue desastrosa. Además me sometieron a una intervención quirúrgica que nunca me aclararon bien para qué, unas transferencias dolorosas cuando en el hospital público ni me enteré y mil desastres más. Total desesperación y una situación de desgaste físico, psicológico y económico muy importante.
Entre unas cosas y otras ya tenía más de 40 años y decidimos parar, olvidarlo, aprender a vivir con esa carencia. No tener hijos.
Pero de repente vimos en televisión a Irma Soriano embarazada con 48 años, y nos removimos otra vez. ¡Igual yo tengo la misma suerte!, pensé.
Visitamos varias clínicas, hasta que dimos con una doctora en IMF (Instituto Madrileño de Fertilidad) con la que tuvimos feeling. En un principio ella pensó que podríamos intentarlo con mis óvulos, pero yo no quise, yo quería ser madre y sabía que las posibilidades eran mayores con ovodonación (a estas alturas tenía un máster en infertilidad) y la genética me importaba un pimiento.
Esta vez fue a la primera, y me quedaron cinco congelados. Recuerdo preguntarle a la doctora que pasaría si me ponía tres, y me dijo que tenía más probabilidades de embarazo pero que menos de que fuera viable. Mi respuesta fue clara: si esta me falla la próxima me pongo tres.( ¡Si me los llego a poner!).
Todo parecía fantástico, pero la vida me reservaba una sorpresa inesperada, el día que nacieron mis hijos (prematuros) el frio me invadió. De repente cuando conseguía por lo que tanto había luchado, no sentía nada. Todo el mundo era tremendamente feliz y yo no era capaz de sentir nada, por nada ni por nadie.
Los primeros meses fueron un infierno en mi interior, creo que el término que le dio la psiquiatra fue afectividad anestesiada. Yo pensaba que era depresión post parto, pero como todo el mundo decía que se pasaba sola y que duraba unas semanas … Pero no fue así, después de dos años seguía exactamente igual. No conseguía deshacerme de estos sentimiento y lo peor es que me senía el peor ser de la tierra. Sabía que amaba a mis hijos, pero no quería que nadie los tocara, estaba siempre muerta de miedo y enfadada, y no me sentía feliz (con lo que yo había luchado por tenerlos). De repente viendo un video en facebook sobre una madre que hablaba sobre cómo empezó a tratarse de depresión post parto dos años después de nacer su hijo, me decidí a visitar un especialista.
Ahora sé que las mujeres que nos sometemos a estos tratamientos tenemos muchas papeletas de sufrir esto, que la maternidad esta idealizada, que las súper mamás no existen, y que puedes amar a tu hijos aunque a veces estés saturada, y pienses ¡con lo tranquilita que yo estaba!.
Ahora estoy acompañando en este mismo viaje a mi única hermana, y me está afectando más de lo que yo pensaba, la psicóloga dice que es normal, que es como volver a pasar por lo mismo otra vez.
A grandes rasgos esta es mi historia, tengo un hijo y una hija guapísimos, a mi matrimonio todo esto le está pasando factura pero seguimos intentando remontar. Ahora me estoy haciendo casi una activista para hacer visible la depresión post parto, para que no sea un tabú, y para que consigamos que nuestras hijas se enfrente a la maternidad de una forma más realista.
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Autor: Rosa Maestro