Soy consciente de que la gente que no ha tenido problemas para tener a sus hijos, así como las que aún no se han puesto a ello, no pueden llegar a comprender del todo por lo que está pasando una pareja que está en tratamiento de fertilidad, y por tanto, no pueden saber cómo afrontarlo en una conversación.
Cuando estás enfermo, o tienes problemas económicos o amorosos, la gente sabe más o menos cómo actuar, pero ahora que tengo este problema, siento que nadie sabe qué decir, o incluso que no saben muy bien qué opinar al respecto, y te dicen cosas como “no te preocupes, eres joven”, “bueno, no es para tanto, lo que importa es que tú estés bien”, “cuando te relajes, ocurrirá”, “hay muchas más cosas en la vida”, “hay otras alternativas”, “¿en serio quieres ser madre?” .
¡NO! Nada de eso me hace sentir bien; de hecho, lejos de hacerme sentir bien, me hace sentir incomprendida y sola ante una situación que se me está haciendo tremendamente difícil, porque un problema de infertilidad no tiene nada que ver con el estrés ni la psicología, sino que se trata de un problema físico, que estás luchando por solucionar, pero que trae consigo muchas desilusiones, y muchas decepciones que te hunden hasta lo más profundo de tu pozo de tristeza, que jamás pensaste que podía ser tan profundo…
Tengo la triste sensación de que el resto del mundo es incapaz de comprender siquiera una décima parte del dolor que estoy pasando, y eso me hace sentir como si me estuviese volviendo loca, totalmente obsesionada por conseguir quedarme embarazada; y sí, realmente puede que lo esté, pero es que cuando buscas formar una familia, y no lo logras, la sensación es más que de una “simple” frustación más de la vida; la sensación es, tan simple y tan complicado a la vez, de no servir como humano.
Es así de fuerte, y sí, quizá así de loco… Te conviertes en una mercancía defectuosa, y empiezas a plantearte que, si no puedes reproducirte, no tiene sentido tu existencia, y que eres un maldito lastre para tu pareja, porque te casaste con él, y ahora no eres capaz de rellenar ni una sólo de las putas hojas destinadas a “hijos” del libro de familia…
Tu pequeña locura empieza por convertir tu rutina en una rutina de fertilidad: todo gira alrededor de un calendario, reglas, hormonas, medicinas, comer bien, hacer ejercicio, tomar ácido fólico religiosamente todos los días… ¡todos los días durante meses para nada una y otra vez! ¡me tomo la mierda de pastilla esa, día tras día, esperando que algún día sirva para algo! así que cada mañana, el día comienza con un pequeño recordatorio de tu triste realidad, no vaya a ser que te hubieses levantado con el pie derecho y se te hubiese olvidado…
Sabes que estas cerca de la locura cuando te decepcionas con tu aparato reproductivo por fallarte… cuando te cabreas con los embriones por no saber implantarse: “¿estáis tontos o qué? ¡aprendeos el camino, coño!”, y empiezas a tener conversaciones mentales con tu propio cuerpo, echándole cosas en cara, y sientes que él te echa en cara cosas a tí, del estilo: “tienes la regla desde los 12 años; ¿por qué malgastaste tantas oportunidades? Ahora que no entren las prisas; déjame en paz”.
Te conviertes en un ser que se limita a sobrevivir el tiempo que debes dejar entre un tratamiento de fertilidad y el siguiente; y aprendes a ocultar y mentir: – ¿Cómo estás?, – ¡Fenomenal!; – ¿Y los hijos para cuando?, – Uy!
Déjate, déjate… estamos disfrutando de nuestra vida de recién casados… y luego te vas al baño, lloras, te retocas el maquillaje y sales con la mejor de tus sonrisas, a “estar” en una fiesta en la que no te apetece una mierda estar, porque en el único lugar donde te gustaría estar, es en el sofá de tu casa, acunando a tu pequeño, y disfrutando de la “putada” de no poder salir por tener un bebé al que cuidar.
Así es que, por miedo a que te tomen por loca, o a que te den absurdos consejos o tipicazos que van directos como dagas a tu corazón ya de por sí herido, mejor no cuentas nada… mejor te lo guardas para tí solita, para tu casa, y te sorprendes escuchándote decir cosas como – Pues si no tengo hijos, viajaré más, y disfrutaré de otras cosas, o – bueno, así podré dormir siempre todo lo que quiera y hacer lo que me dé la gana jaja!… ja… ja… en serio????
Luego está el tema de los embarazos a tu alrededor… eso es tema aparte… Es obvio que te alegras de que tus amigas o familiares se queden embarazadas, porque el dolor que tú estas pasando no se lo deseas a nadie!! A NADIE!!…
Pero saber que ese milagro siempre le pasa a las demás y no a tí, hace que aflore en tí la envidia más verde, la rabia más destructora… te tiemblan las piernas y se te bloquea la voz; sacas fuerzas de sol para conseguir decir: -enhorabuena, me siento muy feliz por tí… y deseas que se te trague la tierra en ese mismo instante y que jamás vuelva a escupirte, porque no es verdad, no estás feliz, ¡estás celosa! ¡y eres una malísima persona por ello! Ya no te cuento si te cuentan de un embarazo no deseado, o peor, de un aborto provocado.
Todos los días, a todas horas, desde hace tres años, pienso en algo relacionado con mi infertilidad; pienso en mi vientre vacío, tan vacío como mis brazos, en mis pechos secos, en que por tres veces ha habido otro corazoncito latiendo dentro de mí, algo a lo que otros llaman “feto”, pero yo llamo “hijo”.
Todos los días, a todas horas, desde hace tres años, tengo microrecuerdos, microsensaciones, microlágrimas que nublan mis ojos pero a las que no dejo salir, y meto para dentro de nuevo; me estoy volviendo una experta en eso.
Todos los días, a todas horas, desde hace tres años, me siento en una especie de limbo, como si mi vida se hubiese quedado parada en el momento en que decidí que quería ser madre.
Y hay días, entre los días, en que sólo soy capaz de andar si me centro en los pasos de un desconocido que ande delante de mí… porque mi cerebro está tan bloqueado que parece incapaz de regir mis movimientos, y sólo siguiendo a alguien, a su mismo ritmo, soy capaz de que mis piernas reaccionen… un paso.. otro.. adelante… ¡siempre adelante!
Si un día te sientes positiva, sientes que corres, que saltas, ¡que vuelas en tu cabeza! pero si es un día malo… ay.. empiezas a arrastrar los pies, a gatear, a arrastrarte.. pero jamás, jamás te paras, porque visualizas a tus hijos allí, delante tuyo, muy lejos, y sea como sea tienes que seguir.. tienes que lograr llegar hasta ellos.
Sólo algún día entre los días, alguno sólo, me derrumbo, me hago un ovillo en el sofá, y me permito dejar de hacerme la fuerte por un rato, aprieto las manos sobre mi vientre, y lloro… lloro mucho, hasta que me duelen los ojos y la cabeza.
Sólo hay una cosa que consigue hacerme sentir mejor, y es el hecho de navegar por Internet y descubrir que todas, absolutamente todas las chicas que tienen que recorrer este amargo camino de infertilidad, sienten las cosas que yo siento.
Me tranquiliza saber que no me estoy volviendo loca, que es un camino que por desgracia recorren otras muchas chicas también; cada una tiene su propio camino, porque cada problema es un mundo, pero todas tenemos los mismos miedos, las mismas angustias, y las mismas inseguridades; lo que ocurre es que, por algún extraño estigma social, lo recorremos en silencio, sin compartirlo con nadie.
A pesar de todo, y como ya he dicho antes, no voy a dejar que esta cruz que me ha tocado llevar, me pare. No voy a dejar de disfrutar de la vida, porque entre bajón y bajón, sigo siendo capaz de disfrutar de un rayo de sol en mi cara, una flor en medio de mi camino, una canción de mi ipod, una cerveza con amigos, o una sonrisa de mi ángel de la guarda, mi luz, mi faro, mi razón de ser, mi marido.
Por tres veces me han salvado de una muerte segura, así es que ahora soy capaz de valorar mucho más la vida, y debo dar gracias de todo lo que esta vida me regale.
Seguiré avanzando hacia mi objetivo, hacia mi bebé arcoiris, mi milagro. La motivación es tan fuerte que absolutamente nada puede detenerme.
Quiero que la gente sepa por lo que estoy pasando para no tener que poner sonrisas de medio lado, ni mentir acerca de por qué no tengo la suerte de pasear con un carrito bajo el sol de primavera.
Necesito que lo sepas para que no me me preguntes “para cuándo los hijos” (de hecho, por favor, no se lo preguntes a nadie que pase de los 30 y tantos y lleve ya un tiempo casada); no me digas que no me preocupe; no me digas que hay otros caminos, porque lo sé de sobra, pero los caminos se recorren uno a uno; y no me digas que lo importante es mi salud, y que deje de intentarlo, o que me dé un tiempo. No hay tiempos muertos en este juego. No puedo tirar la toalla. Ya no.
No debes sentir pena de mí, porque la naturaleza es así de caprichosa, y a mí me ha tocado esta lucha; cada uno tiene la suya.
Sólo te pido que me des tregua si un día parece que no estoy en este mundo, si se me olvida algo que no debía olvidar, si algo aparentemente insignificante me duele o me molesta de forma exagerada, o si, por el contrario, algo que debería importarme mucho, me importa un puta mierda.
Sólo te pido que entiendas que estoy en una tremenda lucha interna cerebro-corazón-útero que me agota física y mentalmente, pero de la que saldré ilesa.