He encontrado este artículo y me parecía importante para leerlo todas…. Me hizo sonreir y reflexionar.

Un beso

Nuria 

El miedo, el peor compañero de viaje… por Ethafne

Cuando tomé la decisión de traer al mundo a mi hija yo sola y fruto de un tratamiento de reproducción asistida con donante, fueron muchos los que me dijeron: ¿estás segura?, ¿te lo has pensado bien? Esa fue quizá la frase que más oí, imagino que fruto del miedo a lo desconocido, a lo diferente, a una maternidad distinta. Ahora, con el paso de los años, me doy cuenta de que no solo me lo pensé bien, sino de que me sobraron dos años y medio de pensamiento. También me he dado cuenta de que muchas de esas parejas que te preguntan si te lo pensaste bien, se lo podían haber pensado un poquito mejor ellos.

Muchos de esos pensamientos iban acompañados del miedo. Miedo a lo que dirán, miedo a lo que pensarán mis padres, miedo a qué contar en el trabajo, miedo a lo que pueda sufrir mi hija en el colegio, miedo a cómo defenderme yo sola, miedo a que le ocurra algo, miedo a cómo contarle que no tiene papá y que es fruto de un donante, miedo a que se sienta diferente, miedo a que mi proyecto no guste a los míos, miedo, miedo, y miedo.

Tres largos años meditando, pensando, sopesando, informándome…para llegar a la conclusión final de que un niño lo que necesita es estabilidad emocional, económica y seguridad… y eso, no depende del modelo de familia al que pertenezca, ni del número o de la condición sexual de las personas que la compongan; eso depende de la estabilidad, seguridad y madurez de los propios padres. El matrimonio, la convivencia en pareja, no siempre es sinónimo de estabilidad familiar, como se ha podido comprobar. Y las familias monoparentales, las familias gays o las familias reconstruidas, no son siempre sinónimo de inestabilidad, como también se ha podido comprobar.

Hoy en día, me he dado cuenta de que el “miedo es el peor compañero de viaje”. Porque el miedo no nos deja realizar nuestros sueños, nuestros deseos; porque el miedo nos hace vivir la vida de los demás, no la nuestra; porque el miedo hace que nuestros pensamientos sean los de nuestros padres, los de nuestros hermanos, los de nuestros jefes… Y ahora, después de tanto miedo superado, he comprobado que no se han cumplido ni el cinco por ciento de mis temores.

Pero lo más importante es que mientras dejamos que el miedo se instale como compañero de viaje, dejamos pasar el tiempo, un tiempo muy valioso, en el que las posibilidades de ser madres son cada día un poco más pequeñas. Y cuando nos asomamos a una clínica estamos ya rozando la barrera de los 40. Parece que hasta que no toca el reloj biológico a nuestras puertas, no nos olvidamos del miedo.

Pero es entonces cuando nos dicen que nuestros ovocitos empiezan a estar viejos y nos atacan nuevos miedos: miedo a una fecundación in vitro, miedo a la necesidad de utilizar óvulos donados, miedo a recurrir a la donación de un embrión… Y dejamos que el tiempo siga transcurriendo mientras procuramos quitarnos los nuevos miedos, porque ¿qué van a pensar los míos si el niño no viene con la genética familiar?, y ¿cómo le cuento que no es mío, que procede del óvulo de otra mujer?

Y entonces nos hablan de la adopción. Y regresa el miedo. Miedo a pasar el certificado de idoneidad, miedo a elegir bien el país, miedo a que la familia no acepte a un niño adoptado con otro color, miedo a que se sienta discriminado por ser de otra raza. Miedo. Y el tiempo pasa y los trámites se demoran años y años y el deseo de ser madre se queda ahí, congelado en el tiempo, envuelto en papel de regalo, atado con un precioso lazo de color rosa o azul, preservado y congelado por el miedo.

El miedo no es el mejor compañero de viaje. Ya lo creo, porque nos hace perder mucho tiempo. Y en esto de la maternidad el tiempo es oro y la información platino. Dos razones muy importantes para no darle muchas oportunidades al miedo. Si nuestro deseo es claro, hay que informarse bien, recurrir a toda la información que sea necesaria. Aglutinarla, meditarla, tomarse su tiempo, su pequeño tiempo y reconocer, según nuestras posibilidades reales de fertilidad, el camino a seguir.

Es entonces el momento de echar a andar, con paso firme, sin prisa, pero sin pausa. Las posibilidades son muchas, pero finitas, y todas tienen su tiempo, su momento. ¿De qué sirve empeñarse en una fecundación in vitro a los 42, cuando el camino más corto y real es la ovodonación? Solo sirve para perder más tiempo y quizá el dinero que necesitábamos para optar por el óvulo donado.

Porque llegará el día en el que mientras desayunemos, leamos o paseemos, la genética deje de ser tan importante. Pero entonces habremos perdido nuevamente el momento y nuestro tiempo, habremos sido nuevamente pan comido para el miedo. Un tiempo que solo le pertenece a nuestra vida, que no es eterna, y mucho menos nuestra vida fértil, que tiene una fecha de caducidad. Un tiempo que no es el de los demás, que ya vivieron el suyo y lo utilizaron como buenamente creyeron sin pedirnos aprobación.

Muchas veces lo conseguimos. Tomamos la decisión aún a tiempo y lo logramos. Por fin fuimos madres. El sueño se cumplió, pero tardamos tanto en tomar la decisión que cuando quisimos darle un hermano/a ya era tarde, y se nos escapó el sueño de aumentar la familia. Si dejas que el miedo y los prejuicios se adueñen de tu tiempo, te aseguro que éste pasará.