Mami en apuros en la playa

Os cuento una jaimitada que me pasó en la playa hace unos días… patosa que es una…

El martes me armé de valor y decidí irme solita a la playa con mi osote. Hace falta valor, como dice la canción, porque aunque tengo la playa al lado de casa, el niño pesa un quintal, y tengo una tendinitis dolorosísima en el brazo izquierdo. “Pero es que se lo pasa tan bien…”, pensaba yo. Así que hale, “pensat i fet”, me empiezo a organizar para la excursión matutina a la playa.
El niño bien untado de protección, la gorra puesta, pañales de recambio, el yogur, el agua, toallitas, el sudoku para cuando se duerma, las dos toallas, las llaves, el móvil, el McLaren y la sombrilla. Per-fes-to. Ámonos.
Llego al final de la pasarela de la playa (que ya las podrían hacer más largas) y sin maridín que cargue con el carro y la bestia parda, ¿cómo me las maravillearía yo? Pues poniendo el carrito de espaldas y arrastrándolo por la arena en lugar de empujarlo. Más contenta que unas castañuelas por haber salvado el primer obstáculo, me dispongo a tomar posesión de mi trocito de playa. Como es martes, sólo hay unos pocos abuelill@s y alguna otra mami.
Hundo la sombrilla todo lo profundo que mi tendinitis me deja, porque está soplando levante, a ver si se me va a ir volando. Monto todo el campamento, despeloto al niño, que está agitándose como loco de ver el mar, y en cuanto toca arena, ¡zummm! sale disparado hacia el agua.
Cuando está a punto de tocar el agua con la mano, llega una racha de viento y ¡alehop!, sombrilla volando fuera de control por la playa de la Malvarrosa…
Vale, tranquila… el niño, la sombrilla, el niño, la sombrilla, ¡coño, Amelia, el niño! Agarro al niño en volandas antes de que el pobre toque el agua y salgo corriendo por toda la arena con el oso de mi hijo llorando y pataleando del disgusto. Dios, lo que cansa correr hundiéndose en la arena con 12 kilos agitándose y con un brazo a punto de descolgarse… y… ¡cielos! ¿Qué es ese calorcito húmedo en la barriga? Sí… mi niño colabora haciéndose pis encima de mí…
Un abuelo espontáneo agarra la sombrilla al vuelo y me la frena antes de que me dé un infarto. Pero se limita a eso, a agarrarla. No la cierra, y se me queda mirando con cara de “ala, bonica, apáñatelas”. Vuelta a mirar. sombrilla, niño, sombrilla, niño. Esta vez gana la sombrilla. Le encasqueto al niño (que ya no gotea, gracias a dios) a la abuela y cierro la sombrilla. La abuela flipa con mi hijo, y mi hijo con la loca de su madre, que por fin cierra la sombrilla, se la lleva al campamento base y vuelve a recogerlo con la barriga llena de arena pegada… sospechosamente… Venga, Héctor, ahora sí que nos vamos al agua los dos…