Quintín cumple dos meses el sábado y ya pesa seis kilos. Su vida es producto de una historia de superación. La de la malagueña Rocío García Fernández de Rota, que cuando le diagnosticaron un cáncer de mama y antes de empezar la quimioterapia, tuvo el aplomo de congelar sus óvulos para ser madre algún día. Siete años después, su bebé duerme plácidamente mientras ella cuenta sus vivencias para que otras mujeres que se enfrenten a un proceso oncológico no se derrumben y conozcan esta opción que ofrece la reproducción asistida. “Tener congelados mis óvulos para ser madre algún día me permitió afrontar la enfermedad de forma más relajada. Un hijo es una felicidad muy grande porque me ha dado ilusión y me ha ayudado a vivir la recuperación pensando en el futuro”, cuenta.
Rocío acudió al Centro Gutenberg con 37 años. No tenía hijos, había sido operada de cáncer de mama y poco tiempo después debía iniciar la quimioterapia, un tratamiento que merma la fertilidad. Así que con el visto bueno de su oncólogo, se sometió a estimulación ovárica para poder congelar sus óvulos.
EL CENTRO GUTENBERG LLEVÓ A CABO EL TRATAMIENTO DE REPRODUCCIÓN
“Tras el shock del diagnóstico, tuvo la sangre fría de asumirlo y pensar en la posibilidad de ser madre en el futuro”, destaca Juan José Sánchez, el ginecólogo de Gutenberg que llevó su caso. Disponían de poco tiempo; en torno a unas dos semanas, porque debía someterse a la estimulación ovárica y la extracción de los óvulos antes de iniciar la quimio. Los ovocitos se vitrificaron, una técnica de congelación rápida que entonces estaba en sus inicios.
“Tras el problema inicial del cáncer, que te para el mundo, surge el problema de ser madre. Haber congelado mis óvulos me dio paz mental”, relata. Con esa tranquilidad, Rocío afrontó la quimoterapia y la radioterapia. Perdió el pelo, pero nunca la esperanza. Fue en ese periodo en el que incluso, usando peluca, hizo las entrevistas con las que consiguió su actual trabajo.
Tuvo que esperar más de cinco años a completar su tratamiento oncológico. Durante ese tiempo, depositó sus óvulos y sus esperanzas en la clínica malagueña. Superada su enfermedad, ya con 43 años, Rocío y su pareja decidieron que era el momento de ser padres. Con el esperma de él y los óvulos de ella, se obtuvieron tres embriones. Le transfirieron dos, los de más calidad. “Aquel día fue muy emocionante. Yo tengo un hijo porque estos señores son unos profesionales como la copa de un pino”, sostiene.
Se refiere a Juan José Sánchez, su ginecólogo, y a Miguel Lara, el biólogo de la clínica. Lara confiesa que casos como este generan más estrés en el laboratorio porque un fallo en el proceso de congelación o descongelación puede dar al traste con la posibilidad de una pareja de ser padres. El Centro Gutenberg llevó todo el proceso de reproducción asistida de este caso, el primero de sus características en la clínica. De los dos embriones transferidos, sólo uno prosperó. El 23 de julio pasado -cuando Rocío tenía ya 44 años y tras haber superado el cáncer de mama- nació Quintín. Pesó 3.885 gramos.
La madre está exultante pese a que tiene que darle dos veces el pecho durante la noche. Lo alimenta con su mama sana. Ahora que la vida vuelve a la normalidad, ya prepara el bautizo, que será el próximo 27 de octubre. Rocío asegura que los duros momentos vividos en los últimos años incluso han unido más a la pareja. De hecho, se casan el mismo día en que bautizarán al bebé. Insiste en que ante el cáncer, “lo importante es que el miedo no te paralice” y pregona la alternativa de congelar los óvulos para que otras mujeres que superen un proceso oncólogico también puedan ser madres.