Los avances en el campo de la medicina permiten que cosas que parecían imposibles hace unos años hoy en día se conviertan en algo natural. Llevar una vida normal siendo portador del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) es una de ellas y, esta mejora de calidad de vida de las personas seropositivas, hace que muchas parejas se planteen formar una familia. Pero en el momento de dar un paso así de importante las dudas asaltan a cualquiera y, en estos casos, los miedos son mayores.
Lo primero que hay que tener claro es que una mujer infectada por el VIH puede quedarse embarazada. No obstante, el proceso necesita una atención especial y que la mujer, a pesar que en la mayoría de casos no conlleva ningún riesgo añadido, se informe sobre si la medicación o la dosis que está tomando es compatible con el proceso de gestación. Para que el embarazo tenga menos riesgo en estas situaciones, la futura mamá debe presentar una estabilidad de la enfermedad para evitar cambios en la medicación. La introducción de fármacos antiretrovirales y una protocolización del embarazo y el parto han reducido el riesgo de contagiar al bebé, pero aún existe cerca de un 20% de probabilidades de contagio durante el embarazo, el parto o la lactancia.
Durante los 9 meses de gestación el virus puede transmitirse a través de la sangre de la madre al feto, o incluso en algunas ocasiones el virus ha atravesado la placenta. No obstante, el riesgo no acaba en el momento de romper aguas, ya que la infección también se puede transmitir durante el parto. Es por esto que en la mayoría de ocasiones en las que la madre tiene una carga viral alta (más de 1000 copias/mL) o desconocida se intenta realizar el parto por cesárea, controlando así la presencia de sangre.
Al nacer, esté infectado o no, el bebé puede dar positivo en los análisis del SIDA, por lo que es muy recomendable hablar con el pediatra y pedirle consejo sobre cómo proceder para saber si está infectado y proceder como precise la situación. Aunque inicialmente el bebé no sea portador del virus, en algunos casos el VIH se desarrolla durante sus primeros años de vida. Es por ello que, en general, los niños nacidos de mujeres infectadas por el VIH reciben medicación durante un período de 4 a 6 semanas después del nacimiento. El medicamento contra el VIH protege a los bebés de contraer cualquier infección por el VIH que pudo haber pasado de la madre al niño durante el parto. Además, también se aconseja no amamantar al bebé ya que la leche materna también puede transmitir el virus del SIDA.
Si el virus lo tiene el hombre tampoco es incompatible
Hasta ahora hemos planteado la posibilidad que sea la mujer la que está infectada con el VIH, pero también puede ser que la situación provenga del hombre. Ellos también pueden ser padres con su semen, aunque como en el caso de la mujer, hay que tener unos cuidados, en este caso previos, para poder inseminar a la mujer.
Para eliminar el VIH del semen es necesario proceder al lavado de la muestra para, posteriormente, determinar la carga viral de la muestra mediante técnicas de PCR (reacción en cadena de la polimerasa). Si la PCR es negativa, la muestra puede utilizarse. En estos casos el tratamiento para conseguir el embarazo es la Fecundación In Vitro (FIV), ya que el lavado de la muestra de semen implica una importante pérdida de espermatozoides. Esta disminución de cantidad imposibilita que la muestra resultante pueda ser utilizada en otra técnica de reproducción asistida. Con este proceso el riesgo de la contaminación a la madre o al feto queda descartado.
Es evidente que existe un mayor riesgo para el bebé, pero una pareja en la que uno de los dos esté infectado por el VIH no tiene que renunciar a su deseo de formar una familia. Con una mayor atención durante el proceso y los cuidados pertinentes, el bebé puede nacer sin haberse contagiado con el virus y tener una vida tan saludable como la de cualquier recién nacido.