Soy el fruto de mi padre y de la hermana de mi madre.
No, no es tan escandaloso como suena. A los 32 años, mi madre había sobrevivido dos veces al cáncer, pero sus óvulos, destrozados por la quimioterapia, no lo lograron.
“Me dijeron que no podría tener hijos”, solía decirme mientras me cepillaba el pelo, maravillada por mi existencia. El mérito hay que atribuírselo a un pequeño avance científico conocido como fecundación in vitro.
La fecundación in vitro (FIV) es el procedimiento por el cual los óvulos de una mujer son fecundados en una placa de Petri fuera del cuerpo. Los óvulos se extraen de la madre —o de la donante de óvulos en mi caso— mediante una aguja de punción que se introduce en la vagina y más allá. El esperma, bueno, es semen en un tarro producido con ayuda del porno. Tras el período de incubación, los médicos escogen los embriones más viables para realizar la transferencia. Por lo general, escogen varios embriones para aumentar las probabilidades de éxito, lo cual también aumenta las probabilidades de tener un embarazo múltiple. Una vez introducidos en el cuello uterino, la gestación se desarrolla igual que cualquier embarazo corriente. Y entonces, ¡tachán, un bebé! ¡Yo!
Básicamente, por lo que a mí respecta, mis padres podrían ser vírgenes.
“Me dijeron que no podría tener hijos”, solía decirme mientras me cepillaba el pelo, maravillada por mi existencia.
En el primer embarazo de mi madre, fue su mejor amiga de la universidad quien se ofreció voluntaria para ser su donante de óvulos. Como resultado salió mi hermano mayor, Kevin, de ojos azules. Dos años más tarde, cuando mis padres quisieron otro bebé, mi madre le pidió ayuda a su hermana favorita, mi tía Molly. En esta ocasión, tres de los cuatro embriones insertados sobrevivieron a la transferencia.
Por desgracia, el tercer embrión murió en un aborto espontáneo. Mi madre se sintió decepcionada, pero probablemente no habría sobrevivido si hubiera tenido trillizos. Un colapso pulmonar la mantuvo en la cama en reposo absoluto durante la mayor parte del embarazo y, a raíz de unas complicaciones de la placenta, tuvo que ser sometida a una cesárea de urgencia y a una histerectomía. Mi hermano Sean y yo nacimos con cinco semanas de adelanto a mediados de los 90.
Mis padres nunca me ocultaron cómo había sido concebida. Sin embargo, a los 5 años me enteré de que era un tema tabú. Estaba jugando a las muñecas con mis primas Kelly y Shannon —las hijas de mi tía Molly— y, cuando salió el tema de lo mucho que nos parecíamos, Kelly dijo: “Bueno, es que técnicamente somos hermanas”.
Poco después, repetí eso mismo delante de mi madre. Para mi sorpresa, me agarró, me llevó al garaje y cerró la puerta.
“¿Cómo lo sabes?”, me preguntó, inquieta. “¿Quién te lo ha contado?”.
Estaba muy confusa. Le expliqué que Kelly me lo había dicho aquel día, pero que yo ya lo sabía. Mamá me lo había dicho muchas veces. A día de hoy, aún no sé por qué actuó como si fuera algo nuevo para mí.
“Esto no sale de casa, ¿entendido?”.
Sentí ganas de llorar. No solo tenía miedo de haberme metido en problemas, también tenía miedo miedo de que mi madre estuviera avergonzada. ¿Había algo malo en la forma en que me habían creado? Temía que mi madre hubiera preferido hacer las cosas de la forma normal. En ese momento no tenía las palabras para expresarlo, pero sentí que mi vida era un poco menos real que la de los demás. Como si hubiera algo artificial en mí.
No fue hasta mi segundo año en el instituto cuando descubrí la controversia que suscita la fecundación in vitro. Nos pidieron en clase de Historia que hiciéramos un trabajo sobre un hito histórico. Yo elegí el nacimiento de Louise Joy Brown, primer “bebé probeta”.
Las mentes que hicieron posible la FIV fueron los médicos ingleses Robert Edwards y Patrick Steptoe. Tras asociarse en 1968, se pasaron 10 años investigando sobre la reproducción humana, avanzando pese a las críticas por sus muchos experimentos fallidos. Finalmente, el 25 de julio de 1978, nació por cesárea un milagro de la medicina. La madre del bebé, Lesley Brown, llevaba nueve años intentando quedarse embarazada. Este avance les dio esperanzas a las mujeres con problemas de fertilidad.
Pero no todo el mundo celebró el logro. Uno de sus mayores detractores, la Iglesia Católica, veía la FIV como una violación de la voluntad de Dios y de la santidad del matrimonio. Y lo que era aún más significativo: suponía entrar en el eterno debate sobre el momento exacto en el que comienza la vida. En el proceso de la fecundación in vitro, los embriones muchas veces quedan destruidos o dañados. Muchos católicos consideran que es un asesinato, incluidos algunos miembros de la familia de mi madre.
No todo el mundo celebró el logro. La Iglesia Católica veía la FIV como una violación de la voluntad de Dios y de la santidad del matrimonio.
“Oh, Mary, algunas personas no están destinadas a tener hijos”, decía mi abuela con su fuerte acento irlandés cuando mi madre estaba intentando quedarse embarazada y sacó el tema de la fecundación in vitro. “Es la voluntad de Dios”. Mi madre respondió que probablemente a Dios no le molestaría.
El rechazo de mi familia hizo que la donación de mi tía Molly fuera aún más significativa. La mayoría de la gente es el fruto del amor de sus padres, pero yo no habría podido ser concebida si no se hubiera dado también ese amor entre hermanas. Mi concepción tuvo el poder femenino de Frozen.
Para evitar sembrar el drama en la familia, mi madre solía fingir que sus embarazos habían sido milagros de la naturaleza. Le confesó más adelante la verdad a su madre, cuando estaba a punto de morir en nuestra casa. La cosa fue bien. Mi abuela no puso objeciones. ¿Acaso podía? Ya nos quería a mis hermanos y a mí. Aunque, claro, el cáncer le había arrebatado el habla para entonces. Pero asintió con la cabeza.
En la actualidad, la fecundación in vitro se considera algo relativamente normal, a medida que ha aumentado la tasa de éxito y ha mejorado la tecnología. Desde 1968, han nacido más de cinco millones de bebés mediante técnicas de reproducción asistida en todo el mundo. Somos, literalmente, hijos de un milagroso avance científico.
Ya no mantengo en secreto cómo fui concebida porque es un dato interesante y divertido. A menudo la gente pregunta si siento un vínculo especial con mi tía, dado que ella también es mi madre biológica. No, en realidad no. Mi madre es mi madre, irritante como puede llegar a ser a veces. Además, como son hermanas, también comparto carga genética con mi madre.
Sin embargo, sí que tengo un vínculo especial con mis tres primas, Kelly, Shannon y Kaitlyn. Son mis hermanas. Gracias a ellas, comprendo la clase de amor que me trajo a este mundo.
No existen “personas artificiales”. Nadie diría que la vida de un superviviente del cáncer es menos real por haber dependido de la ciencia y de una tarjeta de crédito.
He reflexionado mucho sobre lo que significa ser un bebé concebido por FIV teniendo en cuenta la noción que tienen otras personas al respecto. Cuando Beyoncé se quedó embarazada de gemelos, la presentadora de televisión Wendy Williams (dando por hecho que Beyoncé había recurrido a la FIV), deslizó un comentario en el que insinuaba que las mujeres que concebían gemelos de forma natural debían de sentirse molestas por los embarazos “artificiales” de gemelos. Y dijo también: “Es un tanto inquietante que a día de hoy solo haga falta pasar la tarjeta de crédito para que suceda”. Y después comparó la FIV con los implantes de pecho o las extensiones de pelo, como si mi existencia fuera un capricho cosmético.
No existen “personas artificiales”. Nadie diría que la vida de un superviviente del cáncer es menos real por haber dependido de la ciencia y de una tarjeta de crédito. Si dejáramos que “la voluntad de Dios” se cumpliera, la mayoría de nosotros ya estaríamos muertos ahora mismo. Si Dios de verdad quisiera que nos resignáramos a aceptar nuestro destino, probablemente nos habría condenado por desacato hace mucho tiempo.
Nosotros, los bebés concebidos por fecundación in vitro, somos los hijos de lo que una vez se creyó imposible. Y aún más importante: nacemos del amor. Además ni siquiera tengo que imaginarme a mis padres practicando sexo.