La infertilidad, al igual que los accidentes o las enfermedades graves, siempre es algo que “les ocurre a los demás”, y no solemos pensar que nos vaya a pasar a nosotros. Por ello, el diagnóstico de infertilidad suele suponer un duro golpe a la pareja, que necesitará un tiempo para asimilar la noticia y decidir qué pasos dar a continuación.
Lejos de ser algo anecdótico, los problemas de fertilidad son cada vez más frecuentes, llegando a afectar a una de cada seis parejas. El retraso en la edad reproductiva parece desempeñar un papel muy importante. Actualmente en nuestra sociedad hay un desfase entre la “edad reproductiva biológica” y la “edad reproductiva social”, hasta el punto que esta última comienza ya cuando la biológica está en claro declive (por encima de los 35 años en el caso de la mujer).
Cuando una pareja atraviesa la puerta de una clínica de reproducción asistida, suele llevar más de un año intentando concebir sin éxito, tiempo al que hay sumar el que se ha estado demorando la decisión de buscar el embarazo porque “aún no es el momento idóneo”. A este tiempo tendremos que sumar también el que implica la decisión por la reproducción asistida, las pruebas diagnósticas, listas de espera y los tratamientos, que suelen ser varios y largos.
Uno de los primeros factores que va a marcar el modo de afrontar el tratamiento va a ser la determinación de la pareja de pasar a la acción tras el diagnóstico de infertilidad. En ese punto son muchas las personas que se ven abrumadas por la noticia y durante meses o incluso años demoran la toma de una decisión por verse superados. Pero negar la realidad no hace que esta deje de existir: la búsqueda de consejo e información despejará muchas dudas y ayudará a tomar una decisión.
“Relájate y verás como llega”, “mi vecina estuvo dos años de tratamientos, fue dejarlos y quedarse ella sola”. Estos mensajes se suelen dirigir a la mujer y, aunque bienintencionados, se convierten en un lastre, ya que la responsabilizan del fracaso en conseguir el embarazo, lo que contribuye al estrés y culpa que forman parte casi indisoluble del proceso. El mensaje que implícitamente se está transmitiendo es bastante perverso: “Tu deseo de tener hijos no te deja tener hijos”. La decisión de formar una familia constituye un tema demasiado importante como para “no obsesionarse”. Los esfuerzos –infructuosos– por “no obsesionarse” pueden generar aún más ansiedad y culpa, al sentir que no se es capaz de erradicar aquello que está dificultando el proceso. Entender como algo natural la preocupación, la tristeza y la ansiedad de este proceso suele tener un efecto mucho más beneficioso y “desculpabilizador”.
En contra de la creencia popular, el estrés no suele ser la causa de la infertilidad, pero sí es una de las consecuencias más frecuentes de la misma, está presente durante todo el proceso de reproducción asistida y, como veremos, puede acabar teniendo un papel demasiado importante si no se controla.
También existe una creencia popular muy extendida acerca del papel del optimismo y el pesimismo durante la reproducción asistida: “Si eres tan pesimista, las cosas no irán bien”, “Tienes que ser más optimista, con esa actitud no vas a ningún lado”. ¿Qué hay de cierto en todo ello? El optimismo o el pesimismo, per se, no tienen influencia directa en este proceso, más allá del estado anímico que generan en quien tiene estas emociones. Enfrentarse al proceso con optimismo probablemente va a provocar sentirse mejor y con menos angustia; hacerlo con pesimismo probablemente derivará en sentirse mucho peor.
Uno de los principales motivos de fracaso en reproducción asistida es el abandono temprano del tratamiento: hasta un 25% de las parejas lo dejan tras un primer ciclo negativo. Lo hacen porque se sienten desbordadas a nivel físico y emocional, y ahí desempeñan un papel muy importante el estrés y el pesimismo. Es por esto que acaba siendo determinante un buen abordaje psicológico durante el proceso para aumentar la probabilidad final de éxito. Ya que el 80% de las parejas logran un embarazo en los tres primeros ciclos de fecundación in vitro, lograr un buen ajuste psicológico que evite el abandono temprano se convierte en una meta crucial.
La infertilidad es un problema de pareja, no de la mujer. Es importante y necesario que sean los dos miembros de la pareja quienes acudan a todas las visitas médicas, pruebas, entrevistas, sesiones de apoyo psicológico… Ahora más que nunca hay que trabajar en equipo.
La familia y los amigos. Al ser difícil llevar este proceso de modo privado, es importante delimitar cuál será su papel. ¿Qué se quiere compartir con ellos? Muchas parejas deciden limitar la información que proporcionan a su círculo más cercano para evitar el estrés derivado de sus preguntas y demandas de información. No obstante, el aislamiento no es bueno; es recomendable contar con alguna persona de confianza que les pueda dar apoyo y soporte emocional.
¿Buscar información o dejarse llevar? Hay personas a las que les ayuda mucho recopilar enormes cantidades de información, estadísticas y testimonios acerca del proceso, ya que esto aumenta su sensación de control y disminuye la incertidumbre. Otras prefieren “dejarse llevar” y saber lo menos posible. No hay una opción que sea la mejor por defecto, todo dependerá del modo de afrontarlo que tenga cada uno.
Fijar fronteras. Deben acordar cuáles van a ser los límites que pongan al tratamiento: a cuántos ciclos de inseminación artificial o fecundación in vitro están dispuestos a someterse, cuánto dinero pueden invertir, cuánto tiempo se pueden dar… Fijar estos techos ayudará a delimitar algo poco controlable.
Siempre hay que tener un plan, saber cuál va a ser el siguiente paso a dar tanto si los resultados son positivos como negativos. “Si esto falla, ¿vamos a donación?, ¿adoptamos?, ¿tiramos la toalla?” No basta con un plan B, también hay que tener un plan C y D. Esto les ayudará a disminuir la incertidumbre y aumentará su sensación de control.
Hay un momento especialmente delicado que transcurre desde el final del tratamiento hasta la prueba de embarazo. Suelen ser dos semanas en las que cesan de golpe todas las visitas médicas y “solo” hay que esperar al resultado. Las parejas conocen este periodo como la betaespera (la “beta” es el valor de la hormona betaHCG que determina si ha habido embarazo o no). Suele ser emocionalmente muy intenso, y durante el mismo es recomendable realizar actividades placenteras que rompan con la rutina (hacer excursiones, quedar con amigos…) y no centrar todo el tiempo únicamente en esperar los resultados.
La beta es negativa, ¿ahora qué? Es importante asumir que los resultados negativos forman parte del proceso. Cada fracaso duele mucho, es ingenuo esperar lo contrario, pero enfocarlo positivamente será determinante para lograr el objetivo final: de cada experiencia se obtiene información muy valiosa que ayuda a planificar mejor la siguiente intervención y, con ello, maximizar las posibilidades de éxito. Recuerda que, ya de por sí, la reproducción “no asistida” es muy compleja.
¡La beta es positiva!, ¿ahora qué? Muchas parejas se sienten desorientadas al llegar a este punto. Es algo que llevan tanto tiempo esperando que quizá han idealizado lo que deberían sentir. ¿Que qué sienten? Habitualmente, miedo. No suele haber fuegos artificiales ni música épica al ver el resultado, hay una mezcla de emociones muy intensas entre las que predominan, obviamente, la alegría, pero el miedo y la ansiedad tienen un papel muy importante. Muchas parejas llegan a este punto después de meses o incluso años en los que apenas han recibido buenas noticias acerca del proceso, están acostumbrados a perder. Y no se creen que, por fin, han alcanzado la meta. Este miedo poco a poco se desvanece y da lugar a otras emociones.