Cuando una pareja decide comenzar un tratamiento para tener un hijo, al principio los dos pueden tener mucho entusiasmo, pero no siempre estos tratamientos son efectivos en todos los casos, a veces suelen tardar años y también pueden producirse abortos espontáneos.
A medida que el tiempo pasa y el grado de frustración va en aumento, es probable que ambos se desanimen, sin embargo, como habitualmente ninguno quiere ser el primero en renunciar, se suele convertir en un calvario.
Es un esfuerzo que resulta agotador y que transforma a las relaciones sexuales en algo mecánico que ya no significa más una expresión de amor sino la cada vez más vana intención de lograr el embarazo.
Las causas psicológicas que impiden el embarazo en la mujer pueden ser varias, entre ellas, la más común es el miedo, miedo al embarazo, a sentirse atada, a perder la figura o el trabajo, miedo a engordar, al parto o a enfrentar la responsabilidad que exige el cuidado de un hijo.
Cuanta más edad tenga una mujer mayores serán sus miedos, porque se sumarán los factores de riesgo; en tanto que las mujeres jóvenes suelen ser más audaces y no pensar tanto en las consecuencias de sus actos.
El hombre, por lo general, piensa a largo plazo para tener hijos y puede postergarlo hasta en forma indefinida si es necesario, porque no es su prioridad, su prioridad es el trabajo.
No siempre es recomendable iniciar un tratamiento contra la infertilidad, sin antes haber reflexionado bien si es real la necesidad que sienten ambos de cuidar y dedicar su tiempo a un hijo. Hoy en día, las mujeres que tienen una profesión y que se dedican full time a ella con éxito, suelen no tener ni tiempo ni vocación para tenerlos. Además, si no queda embarazada espontáneamente es bueno que considere que puede estar rechazando la idea de tener un hijo en forma inconsciente.
Un hijo puede cambiar la vida de una pareja totalmente, necesitarán más espacio, tendrán que cambiar todos sus hábitos, sacrificar horas de sueño, salidas, vacaciones exóticas… porque los niños necesitan un entorno seguro, que respeten sus rutinas, y aunque también les gusta salir, también les encanta su casa.
A veces estas decisiones no son fruto de deseos genuinos, sino de la necesidad de perpetuarse y del temor a quedarse solos y eso sería egoísta porque significa querer tener hijos como si fueran un objeto más de la casa y no tanto para entregarse incondicionalmente a ellos y hacerlos felices.
Los hijos son demandantes pero también brindan a sus padres amor y alegría; permiten que una pareja crezca con ellos y que puedan formar una familia, pero no todos los que tienen hijos están dispuestos a estar presentes y a hacer algún sacrificio si es necesario.
Los tratamientos para la infertilidad a veces tardan años para dar sus frutos; y cuando por fin se logra el embarazo, puede que en ese momento hayan cambiado las circunstancias y existan otras prioridades.
Porque no es obligación tener un hijo, es algo que se elige, de modo que si una pareja los tiene, luego no habrá excusas, tendrá que entregarse a ellos por entero y cumplir su responsabilidad como padres.